En mis subidas y bajadas en ascensor, compruebo el esfuerzo titánico que tiene que hacer alguna persona para farfullar algo como respuesta a mi saludo sonriente y casi teatral. Es uno de los lugares que considero idóneos para medir niveles de socialización, y puedo decir que cada vez son más bajos. De entrada ven tres personas: a mí de frente, su reflejo y el mío de maleducada. La causa, sin duda, el espejo.
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